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16 de abril de 2001

Página cultural del diario Noticias de Palencia

Por Jesús Castañón Rodríguez

Página cultural del diario Noticias de Palencia

Número 38. 14 de julio de 1983.

Elogio de la lavandera

La certera copla popular sigue resonándonos todavía en los oídos:

Paso ríos, paso fuentes,

Siempre te encuentro lavando:

la hermosura de tu cara

el agua la va llevando

Y en los tiempos actuales, la imagen de la lavandera se va borrando entre la niebla de la tecnificación, va perdiendo perfiles, se la va tragando un torbellino de kilowatios y un huracán de marcas publicitaria! introducidas en nuestros hogares bárbara y masivamente -queramos o no queramos- al ritmo de la nueva civilización, de la liberación de la mujer y las continuas guerras internacionales, al ritmo del paro, y de las multinacionales, al ritmo de esta agitada vida nuestra de cada día que ha dado al traste con tantas y tan entrañables figuras de unos tiempos ya pasados -no siempre por fuerza mejores como quiere Jorge Manrique- en que figuras cotidianas de ayer tarde nos queda en la mitología del olvido.

Por supuesto que a nadie se nos ocurre ya que las mujeres de nuestra casa pueden coger el barreño bajo el brazo y largarse hasta el Carrión para hacer la colada, aquella complicada ceremonia litúrgica de nuestras abuelas y tatarabuelas, llena de ceniza blanca y de operaciones supercomplicadas.

Y, aunque alguna de ellas lo hiciera (por tantos miles de pesetas, posando para un spot publicitario de TVE sobre determinada marca de detergente) me temo que su esfuerzo y el de las cámaras resultara igualmente estéril e igualmente. anacrónico, porque el querido, el adorado, el mitológico NUBIS de los romanos y sucio Carrión de cada día, ya no es aquel claro espejo que un día contempló don Luis de Góngora en un vespertino paseo por las afueras de nuestra ciudad:

Las aguas de Carrión

que a los muros de Palencia,

o son grillos de cristal

o espejo de sus almenas.

No, me temo que aunque los detergentes y las lavadoras superautomáticas no existieran, no habría ya lavanderas capaces «de sacar las ropas limpias de las pardas aguas del Carrión, ese río con tanta gracia cantado por uno de nuestros más grandes poetas modernos, Paco Vighi.

La estampa de la lavandera que insertamos pertenece al libro de Gonzalo Martín Marcos La torre, el puente y el río (Página Cultural, 3l), libro que por tantos aspectos a 25 años sólo de su publicación nos presenta paisajes de una Palencia insólita como el de esta lavandera «prehistórica» que emprendería su camino de regreso al hogar, lavandera o tabla para lavar y barreño, bajo el brazo, entonces por el destartalado camino de la actual calle Salvino Sierra (a la derecha de la Escuela del tío Pituso; a la izquierda el inhóspito Instituto Viejo, más tarde grupo escolar) hacia el aliviadero del Bolo de la Paciencia, entonces en las inmediaciones de la catedral, aunque ahora yazca olvidado y sin que muchos sepan para qué sirve en las inmediaciones de Puentecillas.

Allí, sobre esa gruesa piedra a la que ha cantado en un soneto Félix Buisán, descansaría la lavandera de sus fatigas. Después, lenta y resignadamente, seguiría camino hacia su casa con la entrañable carga de la colada bajo el brazo.

Si volviera hacia atrás la cabeza todavía vería la catedral dormirse en el lecho del lío, reflejada con toda nitidez como todavía se veía en algunas fotografías nada lejanas, como podría volver a verse si se consiguiese, en un sueño, ajardinar la zona que va de Puentecillas a la plaza trasera de nuestro mayor monumento.

Si la mujer soñase, si se atreviese a ser hasta locamente soñadora, podría imaginarse tibiamente templadas las tantas veces heladas aguas del Carrión. Podría como mucho imaginarse una pila con agua templada, previamente llenada por imaginarias hadas protectoras. No podría soñar con una máquina lavadora, con una automática, con esos detergentes y esos desodorantes de los anuncios que nos quitan el sueño, cargados como vienen de adhesivas imágenes paradisiacas…

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