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16 de abril de 2001

Página cultural del diario Noticias de Palencia

Por Jesús Castañón Rodríguez

Página cultural del diario Noticias de Palencia

Número 34. 10 de junio de 1983.

El punto de vista: Tres visiones polivalentes de Nozal

La importante exposición monográfica de Tomás López Nozal, que ya ha sido presentada por nuestros reporteros, tiene a mi entender una faceta, que aquí sólo se va a ejemplificar con tres de sus ciento y pico cuadros. Es esta una reflexión limitada a Tres puntos de vista solamente, dentro de la panorámica general.

No es la pintura de Nozal, en estos tres casos concretos, un mero espejo a lo largo del camino -como diría Sthendal- en el que se refleje la realidad de la vida, sino una consciente deformación polivalente de unas a otras realidades, que trasplantado de un ambiente a otro el tema superan, en intención y en malicia (a mi inexperto modo de ver) toda la realidad reflejada en esos espejos que van aún más allá que los valleinclanescos espejos de la Calle del Gato (del poeta cortesano Alvarez Gato), en los que antaño nació el esperpento, «la deformación de los héroes clásicos» contemplados en esos dos espejos (convexo uno, cóncavo el otro) que como resto de una antigua tienda de ferretería quedaban hace años en el ruinoso callejón.

Yo diría que en todo caso es tos espejos de Nozal serían poliédricos y casi casi gigantes, como las bolas reflectantes de las discotecas, con sus múltiples efectos de luz y de mareo psicológico.

Pero veamos -intentaremos ver el primer cuadro: Atena. Nada queda en ella de la vieja dignidad mitológica como diosa de la inteligencia y de la guerra. ¿Se trata sólo de una desmitificación al uso? ¿De una simple sátira como los célebres cartones dé Goya? Creo que el espectador bien intencionado tendrá que ir bastante más allá.

Empieza el autor por confesar que acaso, subconscientemente, lata el lejano influjo goyesco en el que hasta ahora no había reparado. Sigue diciéndonos que la serie de personajes mitológicos -el fiero CRONOS «personificador para él de toda tiranía» ; HERMES. para el autor, «el periodista actual»… están hechos en homenaje a Pepe Hierro el entrañable y premiado poeta, que tantas veces ha venido por Palencia últimamente. La anécdota es vieja: obligado a inventar personajes mitológicos para sobrevivir -a 30 pts. y bocadillo por personaje- Pepe Hierro se inventó la increíble burlándose de una mitología que el empezaba a resultar rentable.

Con Parecida intención de sátira, pero profundizando desde, muy distintas perspectivas, Nozal hace lo mismo con esta neomitología o, mejor, mitología muy personal en que el pintor se recrea burlándose a carcajadas fácilmente , audibles desde el mismo Olimpo.

Esta zorra vieja. de casco caído como el de un borracho o el de un payaso de circo, rebasa con mucho el neorrealismo de los bajos fondos y la humana sátira goyesca. Supera la desmitificación de la diosa. Rebasa las fincas del antifeminismo triunfante que el autor quiere satirizar de paso en el personaje. En la mirada burlona, en la sonrisa sanguinaria de lobo, en las arrugas y la degradación del rostro… se. conjuran unos poderes destructores del mito que raramente se combinan en los iconoclastas de pacotilla al uso. Más que un huracán, más que una bomba atómica: el talento, la inspiración del pintor, la embriaguez indominable del joven pintor llevan la idea a una apoteosis de la destrucción de la diosa Atenea, de su misma esencia femenina, de la idea de la guerra, a la negación de la inteligencia… a unos abismos muy polivalentes y en los que sólo se puede hurgar ligeramente, si no se quiere llegar a la misma esencia de la destrucción totalizadora -no sólo de la materia o la forma, sino al cataclismo de las propias ideas-.

Rostro con árbol

El cuadro romántico por esencia, según el propio pintor.

Pero sobre el romanticismo esta inmensa riqueza imaginativa y creadora de Nozal, el autor coloca una serie de simbolismos que intentaré tan sólo perfilar.

Si en Atenea se partía de una simple contraposición inicial (diosa frente a mujer vulgarísima) para desencadenar una serie ininterrumpida de oposiciones, aquí se parte del insólito rostro que aparece en primer plano -saliendo de la tierra o acaso aún dentro de ella- en contraposición al no menos insólito árbol, en apariencia casi normal.

Casi normal si no tuviera la sombra grisácea y luminoso -con multitud de connotaciones para el espectador- frente a la habitual sombra negra. Normal, si no se te opusiera un rostro también bipartido, con la zona de sombra en marrón y la luminosa en sienas y azules y una expresión andrógina indefinida por el contraste de ambas partes

de la cara, aumentadas en la divergencia (mental que no meramente física) de cada uno de los ojos.

Normal, si. el paisaje de fondo no contribuyera a aumentar la sensación de ensueño romántico y de extrañeza para que el espectador del cuadro pueda sacar a su gusto una a miles de sensaciones contrapuestas y -a la vez intranquilizadoras e inquietantes, con ese árbol, ese rostro y ese paisaje procedente de ensueños perturbadores y capaz de. producir perturbadores estados de ánimo.

La escala de una escalera

Más bien habría que hablar de dos escaleras: una de madera, flotante en el aire, con un paisaje de fondo oscuro, pero perceptible, perdiéndose tras varias curvas, por el fondo.

Y la otra, la que nos interesa, mucho más consistente en el primer plano, con piedras en el suelo bien perceptibles y con los peldaños y la bóveda de sostén en el arranque de la escalera de un realismo intencionadamente resaltado, para perdérsenos muy poco después en una gama de blancos, sin figura ninguna de fondo para disolverse en una sinfonía de colores (rosas, grises, azules, negros, verdiazules, blancos de contraste…) en una especie de escala entre cromático-musical inmensamente sugeridora…

Sugeridora -como en otros casos- de todo el mundo de sueños que el espectador quiera o pueda o imaginar. Ahí está insinuado (pero muy trabajado al mismo tiempo en sus elementos) el cuadro ideal, el paisaje que cada espectador ha de rematar forzosamente con el poder de su imaginación. El cuadro sólo es -¡y ahí es casi nada!- una inmensa puerta para la imaginación, una furiosa incitación a la imaginación del espectador.

Tres cuadros: – tres estilos, tres facetas complementarias de un mismo pintor, que va desde el destructor de mitos, al soñador romántico que roza el simbolismo -a veces sobrepasándolo- y al incitador a nuevas visiones, al trabajó de colaboración del espectador al qué se le clavan simbólicas banderillas de fuego.

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