Imagen destacada blanco y negro jesuscastanon.com
2 de agosto de 2003

Jesús Castañón Díaz: vida y poesía

Por Jesús Castañón Rodríguez

Jesús Castañón Díaz: vida y poesía

María Ángeles Rodríguez Arango

Texto de la intervención en el II Memorial de poetas palentinos. Club de Amigos de Alemania. Salón de Actos de la Diputación de Palencia, 19 de noviembre de 1993.

Jesús Castañón Díaz nace en La Casanueva (Moreda de Aller) el 21 de febrero de 1928, de familia minera. Su padre trabaja durante cuarenta y seis años en la Hullera Asturiana. El entorno minero quedará grabado en su memoria y con el tiempo surgirá el libro titulado Romances de grisú.

Por enfermedad de la madre, relacionada con el postparto, vivió durante un tiempo con la tía Rosa, hermana de su abuela, en la aldea de Los Bustios, situada en la ladera norte de la Cordillera Cantábrica. Mantuvo siempre con ella una gran relación afectiva porque, según su testimonio, era muy cariñosa y comunicativa. Sabía muchas leyendas, refranes, cuentos o historias que le contaba al niño camino del molino, de la iglesia o del monte, o bien al lado del fuego en las noches largas del invierno. Contrastaba con su marido el tío Pedro, forzudo, más primitivo, casi un titán de grandes madreñas, hechas por él mismo, con clavos que hacían oír sus pisadas a lo lejos.

Allí se encariñó mucho con las personas y los animales, pasaba horas viendo moler el trigo o se ensimismaba viendo las truchas en el agua o los pájaros en sus nidos. Jugaba con los animales domésticos: las vacas, especialmente la Cereza -que debía su nombre al color rojizo y que se la comieron a escondidas durante la guerra-, la yegua Morica -porque era negra-, el ternero Careto o el perro Pastor, al que recuerda en el último poema de Marea de retorno y en Pirueta blanca hace a la niña jugar con él:

Entre la brisa

de la alameda

cuatro muñecos

cantan y juegan:

Pedrito el oso,

Yonila la negra,

Pastor el perro,

tú, mi princesa.

Transformará los objetos cotidianos en los juguetes correspondientes. En la tercera edición de Romances de grisúincluye el poema:

Por Los Bustios, la lechuza.

Y por Los Tornos, la nieve ( … )

( … ) Una tabla, mi escopeta.

Mi caballo, un ramo verde.

Las evocaciones de su infancia las traslada al mundo de la hija:

Abeja y mariposa

siempre en tu juego,

jugarás con la luna

del arroyuelo.

Con el perro y la nieve

con tu pandero ( … )

( … ) Con los niños y niñas

de todo el pueblo.

Continuó pasando con los tíos muchas vacaciones y por este motivo le cogió la guerra en el pueblo de tan pocos vecinos. La oleada de odios y fusilamientos que había en toda la cuenca minera también alcanzaba, aunque en menor proporción, a estos lugares y presenció con sus ocho años escenas espeluznantes. Vió cómo uno de sus tíos, de veinte años, fue capaz de burlar a un pelotón que le venía a «buscar», lanzándose por la cordillera en desesperada huída. Durante varios días la tia y el niño rastrean grandes extensiones sin encontrar pista alguna. El joven había alcanzado un refugio increíble y desde allí habría de pasar más tarde al frente, superando obstáculos invencibles para quien no conociese de ese modo el monte. Pero los registros en la casa y en la habitación del niño se suceden una y otra vez. Desde este momento, se identifica con el hombre acorralado, solitario o angustiado que aparecerá en sus libros. La guerra, la desolación y la muerte serán temas que afloran una y otra vez junto al mundo del trabajo duro que todo hombre ha de vencer.

De los once años a los quince, estuvo interno con los Padres Dominicos en Corias (Cangas de Narcea) y luego continúa sus estudios en el Instituto Alfonso II de Oviedo.

Unos amigos y familiares le animan a realizar estudios de practicante, título que obtiene en la Facultad de Medicina de Valladolid el año 1947. De 1947 a 1950 hace el servicio militar en Valladolid, destinado en el Hospital Militar. A continuación trabaja un tiempo corto como practicante civil en Lastres, pueblecito de la costa asturiana del que consevó siempre gratos recuerdos, sobre todo de las relaciones con los pescadores, con la patrona que se esmeraba en afinar precios y con el médico don Pedro Villarta a quien evoca en un poema de Marea de retorno, en endecasílabos blancos sin rima:

Silbaba contra el viento del Cantábrico

sus suaves cancioncillas en la noche,

ya viejas cantinelas toledanas

o sones populares, aprendidos

a fuerza de subir las escaleras

de un puerto marinero de mi Asturias

con cientos de marinos y de enfermos.

Llevaba medio siglo allí arraigado,

con su fonendo a cuestas y su boina.

Era como un abuelo que ya había

visto nacer a todos los vecinos.

Conocía a los buenos pescadores

y a los que hablaban más de lo debido

y tenía un Citröen pobre y viejo,

que jamás arrancaba a la primera.

Cuando murió no quiso panteones,

sino una tumba humilde junto al pueblo,

al lado de los viejos pescadores,

cuyas bronquitis crónicas curaba.

Después -así es la vida- le pusieron

su nombre y una lápida a una calle.

Y yo llevé conmigo a mis tres hijos

para aprender esta lección de hombría.

Efectivamente, hemos estado presentes en el acto del descubrimiento de la lápida en septiembre de 1972, quedó muy emocionado y escribió este poema.

También evoca el puerto de Lastres en el poema titulado «Puerto del Norte», con la llegada de las barcas, el movimiento de la rula, las voces de las sardineras que venden pescado, el olor del chicarro y las fábricas, las charlas de los viejos pescadores que añoran los tiempos en que realizaban las mismas faenas y viejos lobos de mar que evocan pasadas aventuras camino de la taberna. Enfrente, el mar impasible y ajeno a cuanto ocurre en aquellas casitas aglomeradas junto al agua.

Tiene otros muchos poemas dedicados a los amigos, a los que admiraba por uno u otro motivo, casi siempre por su dedicación al trabajo y al servicio de los demás.

Hay poemas a los amigos jóvenes en Marea de retornoPliego de descargo y Tierra de lontananzas.

Algunos os moristéis cuando eráis unos niños,

dejándonos un poso de imborrable amargura

con los labios quemados y el sabor aún caliente

de vuestra risa joven, ya para siempre helada (…)

(…) Durante años hemos soñado con vosotros.

Después la vida puso a todos diques nuevos

y no hubo más remedio que ir arrinconándoos.

Hay composiciones dedicadas a la madre cuyos primeros versos hizo grabar en la lápida de su enterramiento en Moreda, el año 1976, y lo mismo hace con su padre en 1983.

Toda su obra está directamente relacionada con el entorno y las vivencias ocurridas a lo largo de su trayectoria vital. El poeta vive intensamente los hechos y los mantiene en la memoria para hacerlos surgir de nuevo en un momento dado, transformados en materia poética. Posee ese mágico poder de la realidad y el ensueño para ver y amar lo cotidiano. Estimula a los lectores para que tomen conciencia de los trabajos y afanes de los seres humanos, especialmente de los más humildes, por sobrevivir.

Aunque el misterio poético es inalcanzable, debemos intentar aclarar lo que sabemos o sospechamos para acercarnos a su modo de ver el mundo. Jesús Castañón nos ha dejado aclaraciones por escrito en tres ocasiones:

a) cinco presencias, introducción a un recital realizado en los Sábados poéticos de la Casa de Cultura de Palencia, el 3 de febrero de 1968.

b) Trayectoria y sentido de mi silencio, publicado enPalencia en 1969 por Gráficas Diario-Día.

c) Introducción a un recital, en la Casa de Cultura de Palencia en 1974, que formaba parte del ciclo «Chequeo a Palencia».

A sus confesiones escritas, procuraré añadir recuerdos, anécdotas o confesiones orales.

Comienza la carrera de Filosofía y Letras en Oviedo, donde realiza los dos cursos comunes. Se traslada a Madrid para hacer la especialidad de Filología Románica, a la vez que estudia en la Escuela Oficial de Periodismo, que por aquellos años dirigía don Juan Aparicio. Termina ambas carreras el año 1957. En este último curso coincidimos de nuevo en las aulas de la Universidad Complutense, donde yo asistía a algunas clases de doctorado.

Comienza ejerciendo la enseñanza privada y mientras prepara oposiciones de Instituto, en los momentos de mayor esfuerzo intelectual, escribe Romances de grisú, embargado de emoción con el recuerdo de su tierra (Moreda) y de sus gentes que por aquellos años sufría una grave crisis laboral. Solía escribir y guardar borradores para darles luego forma definitiva de libro. A la vez compensaba el trabajo monótono del estudio. Lo mismo hace con la última de sus publicaciones, Tierra de lontananzas, que la escribe en Valladolid mientras intenta superar las obsesiones ocasionadas por los graves problemas profesionales planteados con el cambio de planes de estudio. Esta compensación niveladora a los problemnas cotidianos también se da en otros libros, nacidos al calor de la añoranza, la soledad, el tedio o el cansancio de los viajes.

Romances de grisú significa su identificación con la mina y los mineros. Es un canto a la tierra que le vió nacer, a las gentes que en ella viven y sus formas de subsistencia graves y duras. Está dentro de la corriente de literatura social de los años sesenta, pero con voz muy personal. Refleja profunda sensibilidad social con un sentido de colectividad igualitaria, elevando a los humildes: mineros y trabajadores en general. Lo mismo hará más tarde con los agosteros, los jornaleros del campo o los emigrantes.

En este libro declara sus raíces mineras una y otra vez, desde los últimos versos del poema que abre el libro:

Yo también llevo carbón y dinamita en las venas

hasta el que encabeza los «Nuevos romances»:

En mi breve copla

te diré quién soy.

De la mina vengo

y a la mina voy.

Así como las montañas mineras están vacías y frías por dentro, también las gentes sienten el vacío de la vida y las penas les acongojan aunque tengan a gala no manifestarlas jamás. Para ahuyentar penas, cantan en el trabajo y en el camino, beben bulliciosamente en la taberna, gastan ruidosamente el dinero, pero en el fondo flota la posible tragedia que les acecha. Sólo en estos instantes se callan totalmente y para continuar han de animarse con vino. Invitan al joven rampero a que haga lo mismo mientras siguen acompasadamente su trabajo o escuchan a lo lejos los disparos de dinamita.

Toma un campano, rampero.

Este vino es el cordón

que te unirá al universo (…)

(…) ¡Cómo resuenan disparos

de dinamita a lo lejos!

Toma un campano,

rampero.

El sonido del trabajo es rítmico, suenan los zuecos, las palabrotas, los martillos, la garlopa, el compresor, las vagonetas… Y también las canciones. Por fin, estalla en estruendo la oleada del grisú en la mina y el silencio lo inunda todo. Ya no hay canto, ni sidra, ni broma, nada.

Cuando los mineros acuden al turno de la noche por senderos nevados, a la luz de la luna, unos lobos les siguen. La muerte será más fiera con ellos, no llegarán vivos a la mañana siguiente.

¡Qué gran silencio cuando sube la «jaula» con los cadáveres! El pozo y el pueblo se enlutan, las esquelas con los nombres colocadas en los postes de la luz estremecen a los paseantes. Algunos supervivientes se salvan por sus artes, trepando por lugares inverosímiles de las galerías y saliendo a la superficie por los coladeros o respiraderos que tenía la antigua mina. Lo más trágico es quedar atrapados. si consiguen escapar, lo hacen aunque sea a costa de amputaciones. Es el caso de Francisco Suárez García, fuerte, altivo, decidido y vivaz, con canas y boina, fumando en pipa por el pueblo con aires de héroe popular.

También ha visto con mucho amor a los silicosos que, heridos de muerte, van cayendo en otoño e invierno a causa del frío. Ante nuestros ojos desfilan en la mina todas las categorías profesionales, de modo especial el rampero, que es llamado «guaje, pimpollo, grillo, gamo» por su juventud y sus aspiraciones a ser picador en su plenitud vital.

En la primera edición se centraba en el mundo del trabajo, desde la segunda (1962), aparecen las gentes del entorno y algunas profesiones femeninas: lavanderas de carbón, aguadoras -que repartían agua con botijos-, madres que acunan a sus niños mientras sueñan que pronto serán ramperos, carboneras que repartían a domicilio el carbón concedido por la empresa a los mineros -ayudadas por un burro sufrido, explotado y quemado en una escombrera que dió origen al poema «Antípoda de todos los Plateros-.

También se fija en las charlas camino del Economato, que ocupan una jornada:

Economato.

Charla y más charla.

El río sigue

canta que canta:

Pasan las mulas:

larga reata.

Las dos mujeres

charla que charla.

Pasan mineros:

negra mirada.

Las tres mujeres

charla que charla.

Fin de jornada.

A la cadera

sus manos anchas,

cuatro mujeres

charla que charla.

La lectura de varios poemas de este libro en el Instituto Príncipe de Asturias, de Aller, dentro de las II Jornadas (1986), levantaron mucho entusiasmo y las anécdotas que los habían motivado ocasionaban gran emoción. Los alumnos pensaban que el autor había trabajado dentro de la mina. Aunque la conocía muy bien no había llegado a desempeñar ningún trabajo en ella, como su padre, tíos y otros familiares. El bisabuelo Miguel, el tío Miguel del Campo, que era uno de los diez vecinos que componían Moreda en 1880,era dueño de los prados y montes que la compañía minera le fue comprando y expropiando, mientras incorporaba a los familiares al trabajo de la empresa.

Los profesores de Literatura del citado Instituto, José Antonio de Lillo y Alejandro Antolín, presentaron un estudio con datos inéditos -a base de una encuesta que le habían venido a hacer a Palencia-. Contaban cómo de niño iba con su madre a llevar la comida y con unos diez años observaba el relevo en la lampistería y el trajinar de los mineros. Su padre trabajaba entonces como carpintero en la plaza (espacio delantero de la bocamina). Antes había sido entibador y en 1940, pasó como enfermero al Sanatorio que tenía la empresa en Bustiello hasta su jubilación en 1960.

En la posguerra las minas necesitaban mano de obra y gentes de otras regiones se incorporaban alojándose en los albergues de la empresa,por lo que recibían el nombre genérico de alberganos. El poema titulado «El albergano» recoge los esfuerzos del recién llegado de lejanas tierras andaluzas para aclimatarse en su nuevo habitat, con el que nunca se identificará totalmente.

Orgullo de hombre

me ató a esta tierra.

Tus galerías,

en mi solera.

Asturianadas,

por peteneras.

Para mortaja,

las vagonetas.

Y por campanas

quiero sirenas.

Canta la sidra.

La plata suena.

Asturias verde.

Cuenca minera.

Andalucía

lejos navega.

Sus recuerdos y raíces están en otra parte, muy alejada de cuanto le rodea.

Albergano ha pasado a significar emigrante, en general. Por los años sesenta y setenta los alleranos que emigraban a Bélgica o Alemania se llamaban entre sí alberganos.

El mismo canto al emigrante perdura en libros posteriores. Cuando nos instalamos en Palencia el año 1962, recién casados, el Plan Tierra de Campos inunda de grandes esperanzas a las gentes de la zona, que poco a poco van a ir apagándose y comienza un considerable éxodo hacia los países de Centroeuropa.

Así veremos en Elegía del páramo a los emigrantes dispuestos a emprender el vuelo, como las golondrinas al final del verano para sus nuevas tierras, dejando atrás los recuerdos, las raíces y el pueblo, algunas veces bajo las aguas de un pantano. Por eso dice:

No me quitéis los pájaros que quedan

volando noche y día sobre el páramo.

No me quitéis las flores, arraigadas

con dulce obstinación entre las piedras.

No me robéis el ocre de los surcos

ni la paz interior de cada ocaso.

No me arranquéis del alma los majuelos,

ni el canto del milano entre las zarzas.

La nostalgia crece y los presentimientos de soledad, desarragio y olvido embargan su ánimo:

Y cómo se marcharon, de qué forma

perdieron sus andares para siempre,

perdieron sus canciones y sus voces,

que absorbieron de noche los trigales.

Frente a esta desolación, frente al abandono de los pueblos aparece un resquicio esperanzado y surge el canto al trabajo solidario:

Todos al mismo ritmo:

los pies descalzos,

todos pisando los racimos.

Todas las manos, todas

segando iguales campos:

todas, todas las manos.

Que con el ritmo nuevo

crezca la espiga, el canto

y el mosto de cada pueblo.

También canta a la tierra parda y ve a las gentes como Cristos que sufren la injusticia, el trabajo extenuante o la extrema pobreza:

Hay Cristos como espadas, verticales,

clavados en la tierra castellana,

sedientos de justicia como chopos,

coronados de espigas y sarmientos.

Y Cristos como galgos, alargados,

los morros abrasados por el viento,

la carne macerada de canales

existentes tan solo en las maquetas.

Y Cristos como niños, somnolientos,

dormidos en el musgo de las criptas,

que esperan un redoble de tambores

para salir un día de sus tumbas.

Y Cristos ganapanes, descarnados,

labrados con sudor en las canteras,

duros como estas torres de Castilla,

historia en carne viva escrita en piedra.

No pudo haber llevado a cabo mayor identificación con el paisaje interiorizándolo, y con sus gentes trabajadoras, sencillas y generosas a quienes exalta en los trabajos más rudos. Quizá uno de los poemas más significativos sea la definición que hace de los agosteros, perfilados en el horizonte como si fuesen siluetas doloridas bajo el implacable sol castellano:

Espaldas curvadas

y afiladas hoces.

En todas las manos

un dolor salobre.

Y un sol de justicia

sobre el horizonte.

Son muchas las ocasiones en que refleja el dolor de estas gentes y el esfuerzo frente a un destino adverso, con profundo respeto para su silencio pudoroso, de penas adentro, con manos quebradas por la helada y el trabajo, y ojos muy expresivos que reflejan cuanto piensan aunque jamás lo formulen verbalmente. Por eso dirá de estas gentes que «su angustia no cabe en el dedal de las palabras».

Toda su admiración para la mujer castellana, trabajadora, hondamente religiosa, que vela por los suyos como esposa y madre:

La tierra de tus manos, rubia espiga;

la hogaza de tu amor, un pan sabroso;

tu voz, acariciante, dulcemente

templada en suficiencia para el mando (…)

De modo especial, vuelca este entusiasmo en el «Romance de las madres palentinas», leído en el Teatro Principal con motivo de las Fiestas de San Antolín del año 1975:

Mujer de corazón en hondo surco,

y nunca, inútilmente, a flor de tierra,

la madre palentina ha soportado

con dignidad espartana, guerra a guerra

el lento desangrarse de sus hijos

y el nublo que destroza las cosechas.

Con temblor, ha oteado el horizonte,

con temblor se ha asomado a las almenas,

ha entreabierto con miedo las ventanas:

mujer para su casa y de su hacienda.

Su varonil esfuerzo está premiado

con la banda dorada y su paciencia

ha sido proverbial siglo tras siglo,

lo mismo que su celo y su prudencia.

Después ha contemplado estoicamente

la emigración del hijo a otras fronteras

o ha esperado impaciente los ronquidos

del tractor, cuando vuelve de las tierras,

el agua ya caliente y la comida

a punto y preparada ya la mesa.

Cuando hubo que espigar, fue espigadora;

cuando hubo que estudiar, fue la primera;

humilde en el hogar como en el trono,

hábil y astuta y dulce compañera.

Citar nombres ilustres supondría

no acabar esta larga sementera:

María de Molina o de Padilla,

o Blanca de Castilla o Berenguela….

o tantas ignoradas heroínas,

que a su paso dejaron honda huella.

Mujer inteligente, aunque sencilla,

siempre en su puesto y firme la cabeza,

de los cuatro cuarteles del escudo

vivo ejemplo y vibrante pregonera:

rojo de sangre y llanto con el duro

batir de las lombardas en la guerra,

azul para el esfuerzo cotidiano

de parca austeridad y honda paciencia,

y, a la hora de empuñar libros y espadas,

mujer para las armas y las ciencias.

Cuando gana la cátedra de Instituto desempeña su labor docente en Algeciras, Albacete y Torrelavega antes de volver destinado al I.B. Jorge Manrique de Palencia, en 1966.

Durante su estancia en Algeciras escribe los borradores de dos libros: Rueda del girasol -editado en la colección Rocamador en 1964- y Pirueta blanca -que aparecerá en 1967-.

Rueda del girasol refleja las experiencias de soledad sufridas durante el curso 1963-1964 en Algeciras. No faltan las alusiones al contrabando, a la indiferencia y a la sensación de inseguridad y alejamiento en medio de la calle rodeado de extraños. Son momentos de añoranza. Gran parte de los borradores fueron escritos por el autor durante una excursión a Ronda, cuyo paisaje cortado a pico le habla impresionado tanto que le hizo sentirse ingrávido, en el aire, lejos del trajín de la ciudad y del comercio.

Consta el libro de tres partes: la primera contiene definiciones autobiográficas, sus ansias y delirios, aspiraciones y fracasos que pueden verse resumidos en este corto poema:

Ansiosamente busco

las altas madreselvas.

Pero en las amapolas

las alas se me enredan.

En la segunda, atiende primordialmente a la ciudad por la que pasea entristecido:

Pies y más pies … Y luego,

más pies y más cemento,

más hoscas soledades,

más humo negro…

Más tardes sin sombra

noches sin sueño,

madres sin hijos,

novias sin besos.

O este otro:

Por entre los semáforos

y los escaparates

camina un hombre solo

por todas las ciudades.

Sin amores, ni amigos;

eterno paseante.

Y la tercera, encierra reflexiones obre la propia obra y el escaso valor de la palabra:

Amo a esas pobres gentes

sobre cuyas gargantas

se rompen, al hablarnos

temblando las palabras.

Pirueta blanca es provocado por el recuerdo de la hija que se quedaba en Palencia, jugando feliz, mientras él se ausentaba. Desde la playa del Rinconcillo o la cafetería del Paseo de la Marina, donde pasa las tardes escribiendo y también soñando frente al mar, la imagina con sus mimos, juegos y parloteos. Aún hoy recuerda Charo el alboroto que organizaban cada vez que venía su padre, poniendo música, jugando y haciendo preparativos para salir a la calle juntos. Paseaban por la orilla del Carrión, por el Puente de Hierro hasta la Fuente de la Salud y volvían por el Puente Mayor. La niña charlaba y no paraba de preguntar.

Son treinta y tres poemas que cantan sus movimientos de molinillo, veleta, golondrina, jilguero o campana. Los primeros dientes, la sinfonía del chupete mientras se duerme, la voz de grillo, los tarareos, los juegos y movimientos de manos al despertar. Pone especial atención en los juguetes, contraponiendo los animales de trapo -ositos o perros- que la niña tiene con los animales vivos de su propia infancia:

Yo, cuando niño

siempre a caballo,

correteaba

por sierra y campo.

¡Tú sólo tienes

perros de trapo!

Termina con varias nanas adormecedoras mientras la niña frota las manos por la cara para que el sueño pase desde la terraza hasta la almohada.

El propio autor ha definido este libro como una mirada de amor paterno y un canto al balbuciente silencio de la niña.

Tiene incorporados dibujos que ella fue haciendo a lápiz sobre los borradores del poeta, que había dejado encima de la mesa durante unas vacaciones. Un día los encuentra, sorprendido, los interpreta como una especie de diálogo y decide editarlos en el libro. Rafael Oliva los pasó a tinta china con gran primor.

Desde la segunda edición -Gráficas Diario-Día, 1969- lleva ilustraciones musicales -una nana y una canción en tres juegos realizadas por Andrés Moro con la letras de los correspondientes poemas. Fueron estrenadas en el Instituto Jorge Manrique el veintitres de abril de 1969. La nana fue cantada por Tina Velo.

El retrato de la niña, que figura en la portada, fue hecho a plumilla por Demetrio Cascón, catedrático de Dibujo del Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega. Lo hizo sobre una fotografía como guía, pero basándose en los rasgos faciales de su padre a quien se parecía mucho.

Los viajes quincenales desde Albacete en el curso siguiente dieron como resultado los poemas de Cancionero de proa, en el que los expresos nocturnos que atraviesan la llanura castellana simbolizan el paso fugaz de la vida, la carrera hacia la muerte, el trabajar afanosamente para alcanzar, resollando, la meta final:

Por entre agujas,

a disco abierto,

rumbo a la muerte,

van los expresos.

El frío intenso de aquel invierno está reflejado en muchos detalles: en los álamos de las orillas del río (frente a los naranjos y olivos del campo andaluz que ya le quedaban muy lejos), en las heladas eras o en la bonita descripción de la estación del ferrocarril en la que hacían su espera los viajeros:

La garra de la niebla se cernía

con su bota de plomo por mi tacto.

Ni en el andén el aire se dormía,

ni florecía el sol sobre los campos.

Tan sólo las bufandas se movían

en rítmicos paseos solitarios.

Esta era la estación palentina donde esperaba el expreso en la medianoche del domingo.

Se fija en los empleados y en las brigadas de la vía, ateridas a quienes protege un ángel de la niebla durante su trabajo. A todos dedica un recuerdo, pero de modo especial se dirige a los enganchadores, a quienes metafóricamente invita a fomentar la solidaridad humana:

Enganchadores:

enganchad bien las manos