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21 de febrero de 2002

Palencia en la poesía de Jesús Castañón

Por Jesús Castañón Rodríguez

Palencia en la poesía de Jesús Castañón

María Ángeles Rodríguez Arango

Texto de la intervenciónen el III Congreso de Historia de Palencia, presentada el 31 de marzo de 1995.

La obra literaria constituye una fuente de conocimiento y posee una racionalidad específica. Ilumina las capas más hondas de la realidad, que están ahí, pero que son descubiertas con mayor lucidez por cada escritor.

Según A. López Quintás (1) la obra literaria es lugar privilegiado de encuentro del hombre con las diversas dimensiones de lo real. Es conveniente revivir el proceso de gestación, buscar razones biográficas o presentir los motivos que han hecho fijarse al autor en determinados detalles que luego elabora de forma personal.

Palencia y sus gentes tendrán distintas irisaciones según la luz e intensidad que cada poeta les confiera.

Jesús Castañón llega a Palencia en el verano de 1962 como profesor del Instituto Jorge Manrique. Nacido en Asturias, el contraste del paisaje castellano con el natal le produce honda emoción. Las llanuras inmensas, las lontananzas, le hacen sentirse empequeñecido. También le sobrecoge el silencio y la sensación de soledad infinita. Estas mismas llanuras, lo mismo que el mar, serán vistas en ocasiones como grandes símbolos de trascendencia y darán lugar a graves meditaciones.

Canta al paisaje, los monumentos, las gentes con las preocupaciones que les invaden, al lado de faenas y hechos cotidianos.

En primer lugar, siente a la ciudad como un espacio agridulce, reposado, en el que transcurren las horas y los siglos viendo pasar a los seres humanos afanados en su quehacer diario.

Ese conjunto urbano está presidido por dos torres y un montón de casas apiñadas en torno suyo, bajo su amparo. Y añade:

Lo mismo son tus pueblos: sobre el eje

de la torre, las casas compactadas.

Tal visión coincide con la representación esquemática de la ciudad palentina de un cuadro de Fernando Zamora, que le. había impresionado mucho. Por eso dice en un poema que dedica al pintor:

… Como el río Carrión vamos dejando

anécdotas y torres sobre el agua

de esta Palencia de silencio y piedra

y ternura jamás imaginada,

reducida a unas casas y a dos torres

-síntesis pura de ardua pincelada-,

al paso inexorable de los siglos

y a una media docena de palabras:

Palencia en cuatro planos

y, sin embargo, entera en cuerpo y alma.

El encuentro amoroso con lo cotidiano nos invade al escuchar el ruido mañanero de un carro que venía a la ciudad en las frías madrugadas del invierno. Su monótono traqueteo, finamente evocado en las rimas agudas de los eneasílabos pares, se corresponde con el somnoliento despertar del, poeta:

Cada mañana casi en vuelo,

como un preciado carillón,

escucho el carro del lechero

ir salpicando su canción.

Luego me duermo, sigue el viento

entre la niebla del balcón

entretejiendo olas y sueños

con la caricia de su voz.

Cuando despierto, nunca entiendo

el laberinto del reloj.

Los paseos a la orilla del río dan lugar a meditaciones sobre la fugacidad humana y el eterno retorno de los ciclos vitales en la naturaleza que le rodea:

Paseamos del brazo yo y mi sombra

bajo impasibles chopos centinelas

remachando los clavos de tu puente

con el eco tenaz de nuestras botas

por ver si conseguimos por lo menos

acelerar el ritmo de las penas.

(…) Tiembla sobre el agua la alameda

y algunas piedras de musgosos siglos

-la Catedral con su honda geometría

labrada a contrapunto con paciencia

y el viejo Puentecillas, cuya historia

conmueve a la ciudad hasta los tuétanos-

entre el ir y venir de los camiones

y los turismos de veloz carrera.

Embelesados, los enamorados

desgranan junto al agua amor y besos

(…) y vuelven del paseo solitarios

viejos cansados de arrugadas caras,

mientras tu corazón y el mío vuelan

a toda vela hacia profundos mares.

Los lugares citados tienen como punto de referencia el río y sus proximidades de uno y otro lado. Gozamos del paseo bajo los álamos, del frescor del agua y de las imágenes de edificios reflejados en ella. Destaca la Catedral, Puentecillas con su poder evocador, y el Puente Mayor, lugar de intenso tráfico en aquellos años. Aún no se habían llevado a cabo las vías de circunvalación y en los meses de verano surgía el embotellamiento para atravesar la ciudad, porque eran muchos los emigrantes que venían a pasar las vacaciones con el coche repleto de familiares y enseres.

Contrasta la paz del paseante al atardecer por tan idílicos lugares, disfrutando de la belleza del entorno, con el tráfago y el nerviosismo de los conductores colocados en largas filas de espera para alcanzar la salida por la carretera de León o viceversa.

Al mismo tiempo se percibe una sacudida al contrastar el ajetreo de las gentes con el lento e inexorable fluir del río hacia la muerte. Su compañía es la sombra, identificada con la muerte propia, que nunca podrá alejar de sí.

Se fija en las construcciones, ya que la ciudad ha sido totalmente renovada. Una grúa, como una roja pata de cigüeña, brilla en el Barrio de la Puebla, entre las calles de Colón y Teniente Velasco, totalmente remodelado en los años setenta:

Roja cigüeña, la grúa

eleva al cielo su pata,

mientras gira que te gira

coqueta y enamorada.

Un estremecimiento le sacude al ver destapadas las habitaciones interiores de las casas en ruinas, donde otras gentes han sufrido pudorosamente y solucionado sus angustiosos problemas vitales. Nuevas generaciones habitarán los mismos espacios con un recuerdo quizá muy lejano para quienes les han precedido. El poeta avivará el paso para dominar la emoción:

A todo trajinar giran las grúas

en todas direcciones, con urgencia

de ambulancia que trae en los ladrillos

la roja sangre para vidas nuevas.

Hay casi intimidades de quirófano

latiendo bajo capas de pintura.

(…) Y, sin querer, aprieto un poco el paso

volviendo la cabeza hacia otra parte,

mientras piquetas insensibles siguen

derribando a destajo el barrio antiguo.

Durante años, hace paseos diarios de varios kilómetros y sus preferencias se centran en contemplar silenciosamente la ciudad desde el Monte El Viejo (la Casa Pequeña) o desde el Cristo del Otero. A este último le dedica un poema del que tiene publicadas varias versiones. Estimo más completa la incluida en el libroPalencia piedra a piedra(2) que lleva por título \»Cristo de las palomas\». Ve el interior de la imagen como un inmenso palomar sagrado, desde donde se esparcen por la ciudad, sembrando paz y amor, por el cerro y los alrededores. A él vendrán desde lejanas tierras los emigrantes y las gentes obligadas a abandonar temporal o definitivamente el lugar de origen.

Federico Carrascal realizó una exposición de palomares en la Caja de Ahorros Popular de Valladolid en 1979 en la que acompañaba cada dibujo con el poema correspondiente. La idea de la estatua-palomar era chocante, pero se basa en las palabras del escultor que en susMemorias (3) aclara cómo penetraban palomas por las concavidades de los ojos para anidar en el interior de la cabeza:

Cristo de las palomas: huracanes

de palomas volando contra el viento,

buscando las bodegas de tus ojos

para incubar la paz en tu majuelo,

en el azul remanso de tus manos,

en los hondos nidales de tu pecho…

Cristo de las palomas: cataratas

de palomas en celo sobre el cerro,

sobre los trenes en el alba, sobre

la Huerta de Guadián, sobre Correos,

Las Claras, San Francisco, el Instituto,

La Nava, San Miguel, el Monte El Viejo…

Palomas que han cruzado otras fronteras

vuelven al palomar de tu recuerdo

inundando de besos zureantes

la calcinada arcilla de tus huesos,

tu adusta soledad de piedra-páramo,

la luz embriagada de tu yermo…

Cristo de las palomas: solidario

palomar inviolable del Otero.

Asimismo canta al campo y al paisaje de la provincia, rastrojeras y trigales contemplados generalmente desde el tren en sus frecuentes viajes de fin de semana, cuando se acerca a Palencia en su destino docente.

A final del curso 1962-63 gana la Oposición a cátedras de Instituto y desempeña su trabajo en diversas ciudades antes de volver al Instituto Jorge Manrique en 1966.

En estos años redacta los originales de tres libros: Rueda del girasol,Pirueta blanca y Cancionero de proa. Los dos primeros fueron publicados en la colección Rocamador en 1964 y 1967 respectivamente; el tercero en Gráficas Diario-Día, en 1967 también. Todos dejan sentir la añoranza por Palencia, donde está la familia, y con más intensidad era Pirueta blanca, puesto que son 33 poemas dedicados a la hija pequeñita que le espera emocionada, dispuesta a salir de paseo por la ciudad, por las orillas del Carrión, parloteando sin cesar y queriendo saber los porqués de cuanto le rodea.

El frío del invierno se ve reflejado en muchos poemas: en los álamos de las orillas del río, en las heladas eras o en la bonita descripción de la estación palentina en la que hacía su espera en la medianoche del domingo:

La garra de la niebla se cernía

con su bota de plomo por mi tacto.

Ni en el andén el aire se dormía

ni florecía el sol sobre los campos.

Tan sólo las bufandas se movían

en rítmicos paseos solitarios.

Una vez instalado en esta ciudad, comienzan las graves meditaciones sobre la muerte, que darán lugar a la Trilogía de la muerte (1973). Una mañana, de repente, vio un Cristo tendido en la Plaza Mayor, moribundo, encarnado en un hombre del siglo XX:

Allí te vi tendido, de repente,

con tu rostro tranquilo y tu sonrisa,

sordo a toda blasfemia y al continuo

rugir de los motores y los claxons…

(…) Aquí quiero pensarte, aquí te tejo,

bajo esta leve sombra recostado,

mientras se clava el sol en los trigales

y la luz reverbera en los pantanos

(…) Te tengo tan desnudo que quisiera

un poco de piedad para mi espanto.

Hay ovejas al fondo y suena un perro

ladrar mil injusticias contra el campo.

Si Tú no mueres, todos moriremos.

Si Tú agonizas, brotará mi canto.

Comienza la adoración de las \»gentes cuyos ojos taladran las paredes cuando hablan, hombres de tierra seca, cuyas manos apenas si se mueven como estatuas, que hablan con voz serena y dejan honda la semilla en el surco enraizada y pastores que tienen de plomo y de silencio la mirada. Vendrán los agosteros, los segadores, los mutilados en los campos de batalla… Y yo vendré con ellos a Castilla donde el silencio quema en la garganta\».

El silencio es un elemento que Jesús Castañón ha vivido intensamente en Castilla, hasta el punto de que titula una conferencia suya sobre la propia obra poética Trayectoria y sentido de mi silencio que luego publica como folleto el año 1969 en Gráficas Diario-Día.

El silencio como eje de su poesía fue apuntado por J. P. Howell en su trabajo La visión poética de Jesús Castañón (4) y por José María Fernández Nieto(5), al señalar la idea central de cada uno de los poetas de Rocamador, en un estudio conmemorativo de los 25 años del grupo.

Jesús Castañón encuentra en el silencio del campo castellano un resonador de grandezas y de soledades profundas del ser humano. A este sentido remite el título de su último libro Tierra de lontananzas, publicado un mes antes de morir.

No sólo la religiosidad de estas gentes, sino su espíritu de trabajo y lucha contra adversidad queda patente en los poemas que evocan a los emigrantes, a los agosteros, o a los que sufren injusticia por la extrema pobreza:

No me quitéis los pájaros que quedan

volando noche y día sobre el páramo.

No me quitéis las flores, arraigadas

con dulce obstinación entre las piedras.

No me robéis el ocre de los surcos

ni la paz interior de cada ocaso.

No me arranquéis del alma los majuelos,

ni el canto del milano entre las zarzas.

Y, frente al abandono de los pueblos en los años sesenta y setenta, aparece un resquicio esperanzado y surge el canto al trabajo solidario:

Todos al mismo ritmo:

los pies descalzos, todos

pisando los racimos.

Todas las manos, todas

segando iguales campos:

todas, todas las manos.

Que con el ritmo nuevo

crezca la, espiga, el canto

y el mosto de cada pueblo.

Finalmente, el poeta fija su mirada en la mujer castellana en general y palentina en particular. Para la castellana se detiene en las contrapuestas cualidades, a veces difíciles de compaginar, como el amor y la dulzura junto con la energía suficiente para el mando y el empuje del trabajo duro; profunda religiosidad y esperanzadora aceptación del trance amargo ocasionado por la ausencia de los hijos que se desparraman por el mundo, al lado de la gracia y compostura que mantiene con firme arraigo en su estirpe y en los suyos:

La tierra de tus manos, rubia espiga

la hogaza de tu amor, un pan sabroso;

tu voz, acariciante, dulcemente

templada en suficiencia para el mando.

Clavada al corazón y a la garganta

con el dolor del surco y de la espuela;

mujer profunda, nunca te derramas

inútilmente entre los secos cardos.

Fiel a tu esencia, sigues inundando

con tu oloroso vino las bodegas,

mientras que tu oración remonta el cielo

como un halcón en todas direcciones,

como una flecha en busca de tus hijos

aventados por todas las fronteras.

Y tu gracia total, imperceptible

acaso en la distancia y en la sombra,

está tostada al sol bajo las hoces,

curtida en el amor de tu honda estirpe.

El \»Romance de las madres palentinas\» fue leído en el Teatro Principal con motivo de las fiestas de San Antolín en 1975. La versión publicada hasta ahora está reducida. La original fue leída de nuevo en el II Memorial de Poetas Palentinos organizado por el Club de Amigos de Alemania en noviembre de 1993.

Jesús Castañón se ha hundido en las realidades del entorno y ha programado con lucidez su vida de trabajo en favor de los demás. Ha mantenido siempre hacia la tierra y las gentes palentinas una actitud acogedora y reverente, y se ha visto entrañablemente correspondido. Una mirada bondadosa le hace situarlos en un contexto de resonancias históricas, con las casitas acurrucadas en torno a la torre -castillo o iglesia- al pie de una colina o de una loma, y son gentes graves, pensativas, que meditan el profundo sentido de la vida y las posibilidades de mejora que cada momento les puede ofrecer.

El poeta se adentra en la tierra donde vive y su obra es el producto de su intimidad y sentimientos.

Notas

(1) LÓPEZ QUINTÁS, Alfonso: Análisis estético de obras literarias. Madrid, Narcea S.A. de Ediciones, 1981, págs 17 y 35-36.

(2) Palencia piedra a piedra. Recopilación, introducción y notas de Jesús Castañón. Palencia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1983, pág. 313.

(3) MACHO, Victorio: Memorias. Madrid. G. del Toro, editor, 1972, pág. 140.

(4) HOWELL, Julia Patricia : La visión poética de Jesús Castañón. The University of Western Ontario. London, Ontario, 1988. (Trabajo presentado para la obtención del grado de Master of Arts). Inédito.

(5) FERNÁNDEZ NIETO, José María: \»Castilla en los poetas palentinos de Rocamador\». Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, número 44. Excma. Diputación de Palencia, 1980, págs. 416-418.